A la temprana edad de 5 años puse los pies por primera vez en un velero llamado Ausart, “Valiente” en castellano. No necesitaba más que el nombre para saber que íbamos a hacer una gran regata ya que iba a navegar en el barco más “valiente” de la flota.
Recuerdo ir sentado en la popa, con los pies colgando, el agua corriendo por debajo de mí, el barco botando con cada ola que surcaba, el capitán dando órdenes en cada maniobra que no era capaz de comprender y una sonrisa de oreja a oreja sin saber muy bien porqué.
Siendo sincero, la regata me importaba más bien poco. Mi mayor felicidad surgía de la sensación que me producía el barco, las vistas, el olor a mar, las risas con los compañeros y lo mejor de todo, el bocadillo de jamón con tomate de después.
Aquel día algo cambió en mi interior, como una llama que surge y te indica el camino. Mis prioridades se transformaron y con el paso del tiempo comencé a navegar con mayor frecuencia participando en regatas a lo largo de toda la costa cantábrica, a medida que mejoraba mis habilidades y conocimientos náuticos.
Una de las travesías que recuerdo con mayor cariño y entusiasmo la realicé con 8 años. Desde el puerto de La Rochelle (Francia) hasta Zumaia (Gipuzkoa) muy conocida por los Flysch, con vientos de 15 a 25 nudos. Los amigos de mi padre le pedían que no me llevara, que la mar iba a estar revuelta y peligrosa, que no iba a disfrutar y seguramente acabaría con miedo y sin querer embarcar en futuras ocasiones. Lejos de la realidad, disfruté cada momento de la travesía y una vez llegamos a puerto, después de más de treinta horas navegando, solamente pensaba en repetir aquella experiencia, sentir la fuerza de las olas embistiendo el casco, mojando la cubierta, los cabos en tensión, el sonido del mar, el viento silbando y nosotros tratando de mantener el barco adrizado después de cada escorada.
Hasta los 17 años, navegué de forma muy competitiva llegando a ganar muchas de las regatas de la Costa Vasca y Costa Cantábrica, incluso ganando algunas regatas hasta 3 años seguidos. Navegaba en uno de los barcos más prestigiosos y temidos de la flota, el Phoenix, modelo Farr 40, una auténtica obra de arte para navegar en vientos ligeros y un peligro constante navegando en vientos fuertes debido a su ligero peso y velas de hasta 154 m2.
Navegar de forma competitiva tenía su lado negativo para mí y poco a poco lo fui descartando hasta que decidí embarcar en el Tteiro: un barco con un ambiente juvenil y un capitán excelente al que llamamos “el Aitatxi” lo que en castellano sería el diminutivo cariñoso de “padre” ya que es él quien cuidaba de nosotros durante la navegación.
A mis 19 años, mi padre Ian compró su primer barco. Exclusivamente para el disfrute de la costa y la navegación. Las salidas se convirtieron en cómodos paseos con copas de vino, barbacoas a bordo, baños en el mar y tardes relajantes con atardeceres espectaculares. Todo ello, rodeados de un paisaje único y emocionante lleno de historias marinas.
Fue con 21 años cuando decidí embarcar en un nuevo proyecto para mostrar a los viajeros lo que he vivido desde la infancia. De esta pasión tan grande que siento por el mar nace Spirit Experiences, una nueva forma de descubrir el País Vasco, hacerlo desde el mar y desde mi experiencia y pasión. Conocer la historia y la cultura de nuestro entorno de forma totalmente exclusiva y elevándola con gastronomía y autenticidad.
Si quieres sentir lo que es Spirit Experiences contacta con nosotros antes de que sea demasiado tarde y reserva ya tu experiencia.